Ya el sábado todo Punta del Este sugería Maratón,
las calles llenas de brasileños a pesar del mal tiempo que siempre se hacen
notar, también muchos uruguayos, algunos chilenos y pocos argentinos, todos con
calzado de corredor e indumentarias deportivas. Incluso algún grupito haciendo
un último trotecito por Gorlero. Yo venía de una semana de muy poca actividad
por el dolorcito de la pierna izquierda que me obligó a bajar el ritmo de
entrenamiento en los últimos días.
El domingo fue de desayuno tempranero, 6 de la
mañana en horario especial por el evento, junto con otros 20 o 30 corredores
que coincidimos en el hotel y que forzamos la logística para que sirvieran el
desayuno 2 horas antes de lo habitual.
A las 7 ya estaba en la largada presenciando los
preparativos y saludando a los conocidos que iban llegando, apareció Ademar y
llamamos a Aníbal que estaba en camino (para no llegar temprano y confundir).
Durante el calentamiento el dolor se me fue como me
venía pasando en las últimas carreras, y ya me pegué en la largada al pacer
3:30 que era mi paso de media maratón. Largamos y el pacer se fue al carajo, me
pareció un paso demasiado fuerte y entonces mantuve el mío, 1er Km: 5 min, 2º
Km: 10 min, voy bien. A los 4
km se me arrima un corredor que me identifica por la
camiseta y resultó ser el esposo de Graciela, una ancapeana, o sea, casi un
ancapeano. Eduardo resultó un compañero de lujo, entre charlas, anécdotas y
consejos fuimos comiendo los primeros kilómetros casi sin darnos cuenta.
Pasamos los 21 Km
en 1:50, veníamos bajando algo el paso pero veníamos enteros. De a poco se nos
fue arrimando el pacer de 3:40 con un grupo numeroso de gente alrededor, por
momentos nos alcanzaban, corríamos unos metros juntos y nos alejábamos de
nuevo. Esta situación se dio varias veces hasta que llegamos a los 30 km y el cansancio empezó a
hacerse sentir. 31, 32, 33 y una aplanadora me pasó por el cuerpo, Eduardo
empezó a despegarse porque tenía más resto y lo alenté a que siguiera. Me pasó
el pacer de 3:40, pero solo, todos sus acompañantes habían quedado por el
camino, igual que yo que rápidamente me quedé sin resto. A partir del Km 35 fue
a pura inercia pues las piernas corrían solas y no estaban dispuestas a cumplir
ninguna orden que impartiera mi cerebro con la amenaza que a la menor
insistencia se declararían en huelga de movimiento. Me sometí a esa voluntad de
las piernas y así fui avanzando, recién al llegar al Km 40 tuve la certeza de
que llegaba, que la prueba estaba conseguida, ya se veía el Conrard, el público
animaba y hasta pude llevar un paso más decente y hasta levantar los brazos
posando para alguna cámara. Llegando a la meta sentí el grito de aliento de
Aníbal que cámara en mano documentaba cada detalle.
Después la mezcla de sensaciones, la satisfacción
por la tarea cumplida, por una barrera más derribada, por las palabras de todos
los compañeros de ruta que se acercaron a saludar, por pertenecer a este
colectivo…todo mezclado con el dolor generalizado en las piernas que no respetó
a un solo músculo, articulación, tendón, célula, pelo, uña, todo lo que podía
doler (y lo que pensé que no podía) dolía. Claro, nada que un poco de descanso
no pudiera remediar.
Para pasar en limpio, se puede, es duro, es menos
duro cuanto mejor nos preparemos, vale la pena. Ojala el año que viene seamos
más, nadie hace esto solo, la clave está en las personas con las que
compartimos.
Ricardo